lunes, 15 de diciembre de 2014

Ayotzinapa ¿Fue el móvil o la guerra del Opio?



Ayotzinapa ¿Fue el móvil o la guerra del Opio?

Sobre las versiones del caso Ayotzinapa ronda una versión macabra de los hechos. El portal de Internet del universal publicó el sábado 15 de noviembre una nota relacionada con el tema. Firmada por Salvador García Soto, en donde se explicaba que la brutal manera en que fueron secuestrados los normalistas respondió a la obligada necesidad de rescatar a como fuera lugar uno de los camiones tomados por los normalistas ya que éste aparentemente contenía al menos unos 35 kilos de Goma de Opio

En seguida un texto llegado a nuestro correo que da cita de la nota del universal, así como de más datos e información sobre la tesis de la Guerra del Opio.

LA MAFIA MEXICANA, LA CIA, LA DROGA Y LAS ARMAS, EN GUERRERO
Por: Manola.

¡¡¡Poco a poco va saliendo el peinecito!!! No solo deben de conocerlo los estudiantes sino todo el mundo para que se den clara idea de lo que se esta sufriendo por culpa del vicio de los norteamericanos.


En los últimos años México se ha convertido en el segundo productor mundial de opio del mundo; esto coincide con el incremento en el consumo de heroína en Estados Unidos que ha sido recientemente tema noticioso, particularmente después de la muerte del actor Philip Seymour Hoffman. Iguala es el epicentro del negocio de la adormidera que es transformada en la “heroína negra” mexicana que ha inundado el mercado estadounidense. En ese mismo municipio del estado de Guerrero, uno de los más pobres del país (pero con una poderosa industria clandestina) 43 estudiantes de la Normal Rural de Ayotzinapa fueron desaparecidos, detonando una ola de protestas e indignación en todo el país.

Escribiendo en el diario El Universal, Hector de Mauleón abre la caja de Pandora de sospechas, alertando que 10 días antes de la desaparición de los normalistas, la Casa Blanca había redactado un documento en el que manifestaba su preocupación por el incremento en el decomiso de heroína de más de 300% en los últimos 4 años en la frontera mexicana. Existen diversas versiones, pero las cifras señalan que entre 60% y 98% del opio en México se produce en Guerrero. Se cree que el opio representa por lo menos un negocio de 17 mil millones de dólares para Guerrero; esto sería más de la mitad de todo su producto interno bruto, lo cual significa claramente una “adicción” al opio en un sentido económico.

Por otro lado el escritor Luis González de Alba cree que: “El pleito de Iguala es porque produce el 98% que México envía a EE.UU. ‘Los muchachos’ novatos fueron usados por los mayores. Quedaron en medio de la Guerra del Opio sin saberlo. El 68 fue un movimiento por mayor democracia. 2014 en Iguala es una guerra de narcos por montes sembrados de amapola”.

No es necesario hilar demasiado fino para suponer que este boom del opio –el cual en su carácter relativamente incipiente debe de tender a generar enfrentamientos entre grupos de poder– pudo haber cobrado víctimas, directa o indirectamente, más allá de la abyecta corrupción y colusión de los gobiernos locales. Iguala es tierra caliente en todos los sentidos, entre pobreza y analfabetismo y ahora enormes plantíos de adormidera (para sumarse a los grandes yacimientos de oro con los que cuenta la región, ciertamente no para el beneficio de los pobladores locales) y la Normal Rural Raúl Isidro Burgos es históricamente también semillero de guerrilleros. 

Cierta lógica perversa (¿o simplemente no-ingenua?) podría hacernos pensar que existe algo que va más allá de la teoría del abuso de poder local, aislado del Estado, con sus casualidades de guerra, y su posterior detonación de un movimiento de nivel nacional de protesta e indignación. Esta misma lógica teñida de una mirada esquiva es también la que nos sugiere que el mismo negocio de drogas como los derivados del opio no es controlado solamente por organizaciones rurales de narcotráfico, sino que en él participan veladamente organizaciones gubernamentales a escala global –no sólo alcaldes y gobernadores insubordinados. Esta lógica se mueve sólo en el terreno de la suposición, la de la persona común y corriente que especula y busca hacer sentido de lo que le es esencialmente insondable –acaso operando como el mecanismo de defensa de una víctima.

Siguiendo con este tren de ideas, consideremos el caso de Afganistán, el primer productor de opio en el mundo por mucho. En 1980 Afganistán no producía más de 1% del opio en el mundo. En esa misma época inició la Operación Ciclón de la CIA con presupuesto que llegó hasta a 630 millones de dólares en 1987, y que fondeaba (bajo la dirección del director George H. W. Bush) y armaba a los mujahideen en la guerra Afgano-Soviética. En 1986 Afganistán ya producía con sus cultivos de amapola 40% de la heroína en el mundo. En 1999 esto había llegado al 80%. Justo entonces subieron al poder los talibanes, quienes prohibieron el cultivo de amapolas y redujeron dramáticamente la producción de opio en más de un 80%. Esto, ¿casualmente? no duró mucho ya que después del ataque a las Torres Gemelas, Estados Unidos invadió Afganistán y los talibanes perdieron poder. Para 2005 Afganistán había vuelto a hacer de las suyas y producía 87% del opio en el mundo, una cifra que siguió creciendo pese a que más de 50 mil soldados estadounidenses patrullaban tierras afganas. Existen versiones, no del todo infundadas, que vinculan a la CIA con el tráfico de drogas en distintas partes del mundo, incluyendo por supuesto, el opio en Afganistán. El dinero que se recauda con las drogas, alegan estas versiones, es utilizado para los llamados “black budgets”, que fondean guerrillas y golpes de Estado en distintas partes del mundo.

El opio tiene un gran linaje como instrumento político, su cultivo ha financiado imperios y guerras por cientos de años. Vienen a la mente por supuesto las llamadas “Guerras del Opio”, en las que el Imperio Británico se benefició enormemente de los recursos que obtuvo vendiendo opio en China así como del efecto narcótico que tuvo en la población (disminuyendo la capacidad la resistencia, por así decirlo). Por mucho tiempo después China fue el principal productor del mundo; sin embargo, con la llegada de Mao Zedong al poder y la constitución de una república comunista en 1949, el gobierno chino logró controlar su consumo y producción interna. La prohibición de la producción de opio en China desplazó su cultivo hacia el sudoeste de Asia, en particular a Laos, Burma y Tailandia para crear un “triangulo de oro”, para luego continuar hacia el corazón de Asia: Afganistán, Irán, Pakistán y Turquía. Por décadas, pero en particular en los años más álgidos de la Guerra Fría, la producción de opio fue el mecanismo favorito de las agencias de inteligencia para financiar gobiernos títere, ejércitos y guerrillas en la región.

No existe evidencia, que yo sepa, para decir que lo que sucede en México es una nueva articulación de esta “guerra del opio” que parece atravesar la historia de los últimos tres siglos solamente con el espejismo de interrumpirse (al menos no en el sentido de una clara estrategia política sirviéndose del opio como un medio para conseguir doblegar al pueblo, sí como un efecto colateral). Pero la coincidencia geográfica entre la desaparición de los estudiantes y la nueva industria clandestina del opio es ciertamente un fértil punto de partida para la investigación que hace casi inevitable jugar a especular y a conectar los puntos en la madeja. La teoría de la conspiración más maquiavélica que surge, de nuevo sin una base contundente, siguiendo esta línea histórica de las “guerras del opio”, es que se trata de una desestabilización intencional del país –una forma de administrar opio a las masas, lo mismo con la miseria y la violencia que con las ideas distractoras de revolución, levantamiento y protesta; un teatro de guerra y manipulación donde los actores que se alzan y caen son solamente títeres de poderes que yacen por definición en la sombra, operando sus agendas ocultas y cosechando los dividendos de sus movimientos en un tablero de ajedrez invisible.

Esta versión es frustrante y cognitivamente disonante, ya que por definición es insondable. La conspiración es una forma –en ocasiones patológica– de lidiar con una realidad que nos agrede y que no podemos asimilar o al menos significar de manera coherente. Una forma de encontrar un aparente orden en algo que probablemente sea meramente caótico y sin un control piramidal.

Una última reflexión. Se dice que en el caso de Ayotzinapa “fue el Estado”; ¿esto es porque el Estado es, ya de facto, un narcoestado? Y si es así, ¿quién es el verdadero capo?; ¿está en el cerro, está en Los Pinos, está en Estados Unidos? ¿o en las tres partes?Estas son cosas que mistifican e indignan, pero que seguramente nunca sabremos. Pero que no se nos olvide la operación "Rápido y Furioso"  




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