lunes, 17 de octubre de 2016

Las «sanciones económicas» o la guerra de cuello blanco

Con las «sanciones económicas», Estados Unidos y la Unión Europea iniciaron una guerra sin disparos ni explosiones contra Siria, Irán y Rusia. Esas sanciones mataron a más de un millón de iraquíes en los años 1990, sin provocar por ello ningún tipo de reacción de parte de la opinión pública occidental. Esta guerra silenciosa se implementa minuciosamente contra los Estados que no aceptan someterse al orden mundial unipolar.


Tomado de: Red Voltaire
Por: Thierry Meyssan

En el pasado, la estrategia de las guerras convencionales incluía el asedio impuesto a una ciudad o un Estado. Se trataba de aislar al enemigo, de impedirle utilizar sus recursos y hambrearlo como medio de vencerlo. En Europa, la Iglesia católica llegó a condenar firmemente esa forma de guerra calificándola de criminal ya que comienza matando a los civiles, antes de afectar a los beligerantes.

Hoy en día, las guerras convencionales incluyen una etapa de «sanciones económicas», cuyo objetivo es exactamente el mismo. De 1990 a 2003, las sanciones decretadas contra Irak por el Consejo de Seguridad de la ONU mataron a más de un millón de civiles. Aquellas sanciones fueron, de hecho, una guerra a través de banqueros, impuesta en nombre de la instancia mundial que supuestamente tendría que promover la paz.

Los efectos de esas sanciones dependen de cómo interpretan los gobiernos los textos que definen dichas sanciones. Por ejemplo, gran parte de los textos mencionan sanciones que afectan los productos que pueden ser de doble uso –civil y militar–, lo cual deja amplio margen a la interpretación. Es posible prohibir la exportación de un fusil de caza hacia un Estado en particular por tratarse de un objeto que puede ser utilizado tanto para cazar como para la guerra. Pero una botella de agua puede destinarse tanto a una madre que amamanta a su bebé como a un soldado. Por consiguiente, los mismos textos pueden conducir –según las circunstancias políticas y la evolución de la voluntad de los gobiernos que los aplican– a resultados extremadamente diferentes.

El término «sanciones» sugiere que el Estado objeto de esas medidas ha cometido un crimen por el cual ha sido jugado y finalmente condenado. Es ese el caso cuando se trata de sanciones decretadas por el Consejo de Seguridad de la ONU, pero no con las sanciones que Estados Unidos y la Unión Europea imponen unilateralmente. En este último caso se trata pura y simplemente de actos de guerra.

Desde los tiempos de su guerra contra los británicos, en 1812, Washington dispone de una instancia, la Office of Foreign Assets Control (la OFAC, Oficina de Control de Activos Extranjeros), a cargo de esta “guerra con corbata”.
Actualmente, los principales Estados víctimas de sanciones no están sancionados por decisión de la ONU sino única y exclusivamente por decisión de Estados Unidos y de la Unión Europea. Esos Estados son Siria, Irán y Rusia, o sea precisamente los tres países que luchan contra los yihadistas, que a su vez cuentan con el respaldo de las potencias occidentales.
Las sanciones actuales más duras son las adoptadas contra Siria. Un informe redactado por el Buró del Coordinador de Naciones Unidas en Siria, financiado por la Confederación Helvética y publicado hace 4 meses, observa que la interpretación que Estados Unidos y la Unión Europea hacen de los textos priva a la mayoría de los sirios de ciertos cuidados médicos y de productos alimenticios: numerosos recursos médicos están prohibidos porque son considerados de doble uso y las sanciones impiden a Siria el pago de importaciones de alimentos a través del sistema bancario internacional.





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