miércoles, 28 de diciembre de 2016

Algunos apuntes para una sociología del consumo – Parte 1

Algunos apuntes para una sociología del consumo – Parte 1
1.     El reducto del Homo Economicus: utilitarismo y teorías económicas clásicas.
El estudio del consumo ha sufrido, desde sus épocas más tempranas, una doble acotación de índole político-económica que, como más adelante veremos, hunde sus raíces ideológicas en un interesado juego de parcial ocultación de la estructura socioeconómica en que se sustenta. Comúnmente su estudio ha sido entendido como  perteneciente de forma “natural” a la disciplina económica, y sus explicaciones como el resultado de agregados de acciones individuales principalmente orientadas a la demanda. Así pues, el consumo sería el resultado de la demanda agregada que, sobre los mercados, realizan los actores racionales en el marco del juego económico regido por las leyes “puras” de la economía capitalista.
El utilitarismo clásico se convierte en el núcleo explicativo, fuertemente respaldado por la posición hegemónica que ocupan las teorías de la acción racional dentro de las ciencias económicas desde hace tres cuartos de siglo; y que ha ido impregnando con bastante éxito disciplinas afines, reificada como teoría general del comportamiento humano. El Ser, el consumidor, movido por el afán de la maximización de beneficios y reducción de costes (deducidos de la primacía de la elección racional) se aproxima al consumo desde dos variables fundamentales: poder adquisitivo y preferencias personales. Todo ello orientándose a un fin único: obtención de la máxima utilidad y la máxima satisfacción. Un Homo Economicus en un Mercado Perfecto.
Las necesidades son ilimitadas e independientes del contexto social y, como las preferencias, no formarían parte del objeto de estudio de la ciencia económica. Son puramente subjetivas y no hay diferencia analítica con la objetividad de las mismas. De este modo “el error”, la falta de de racionalidad en la elección, queda simplista y oscuramente explicado por los fallos en la voluntad del actor, por su debilidad. Se elude de este modo el componente grupal de la “irracionalidad” electiva.
2.              La perspectiva macro-económica: caracterizaciones del productor-consumidor según los modos de producción capitalista y la extensión del consumo de masas.
Los obreros son una gran masa de trabajo, no una masa de consumidores. El consumo, entendido como fenómeno social a gran escala, es un hecho relativamente marginal. No quiere decir esto que no exista un mercado de intercambio de bienes y servicios, sino que se caracteriza por un nivel bajo de institucionalización, más cercano a los ámbitos de las economías informales que a mercados estructurados.
“[…] el primer capitalismo industrial, cuyo nivel de consumo obrero estaba presidido por la manufactura artesanal y por los productos eminentemente agrarios, muchas veces obtenidos fuera de cualquier circuito mercantil, y en el que las necesidades de un hogar obrero se reducían a los alimentos básicos, adquiridos en formas casi siempre no procesadas, como carbón, velas, papel, alcoholes destilados y fermentados, melazas, tabaco, tejidos (la demanda textil era pequeña pero bien desarrollada a nivel global), y, por fin, unos pocos objetos de consumo duradero que en los mejores casos podían llegar a lámparas de aceite, relojes y unos sencillísimos muebles de uso suprageneracional.”4
Como muy bien señala el historiador Eric J. Hobsbawm se produce in giro hacia los mercados interiores con la creación de una nueva demanda doméstica de inmenso potencial. Una vez más, quedan fortísimamente imbricados capital y guerra, en este caso la I Guerra Mundial. La primera guerra moderna a escala cuasi planetaria con nuevas formas y sobretodo nuevas amas cuyos avances tecnológicos son reconvertibles hacia bienes de uso doméstico:
“La producción de obuses, cartuchos, fusiles, ametralladoras en afluencia ininterrumpida, provocó la multiplicación, en 1914-1918, de las máquinas-herramientas semiautomáticas y la invasión del taller del obrero especializado. El automóvil ensamblado en cadena en la fábrica Ford en vísperas de la guerra se convirtió en un producto de gran consumo gracias a ésta.”
La incipiente aparición de mercados interiores de consumo de bienes representa un campo inexplorado de incalculable potencialidad económica, abriendo las puertas para una reconcepción de las formas de trabajo. La máxima finalidad es la producción seriada de grandes cantidades de productos a un precio relativamente bajo. Para ello queda establecida una nueva modalidad de la división técnica del trabajo: los conocidos sistemas fordistas y tayloristas, que tuvieron espectaculares efectos en la productividad y por consiguiente en los precios. Queda habilitada así la fabricación de mercancías destinadas a un consumo masivo, a un consumo obrero.
La racionalización de la producción tiene su reflejo en la aplicación del diseño de esos mismos productos enfocados a la utilidad, carentes de todo artificio, dominados por la planificación y el control. De la misma manera, y al abrigo de esta ideología, nace la política de un único modelo por marca. Y coralariamente el estatuto de los salarios adquiere una nueva dimensión. Si con anterioridad era simplemente un remunerador del trabajo en las paupérrimas condiciones de vida que caracterizan el capitalismo decimonónico, donde el trabajador estaba totalmente subordinado a las necesidades de los medios de producción, la conversión en marcha exige que, en palabras del propio H.Ford:
“la clase trabajadora tiene que transformarse en una nueva clase acomodada si queremos dar salida nuestra enorme producción”.

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